Hola amigo, hace unos cuanto años que no charlamos, sobre todo por culpa mía, porque no sé qué contarte, mejor dicho, cómo contártelo. Es culpa mía, pero no sé hacer las cosas mejor.
Esta noche he vuelto a cerrar un bar, concretamente tu bar, nuestro bar. El sitio donde todo comenzó.
Hoy tenía una excusa, no como los cientos de veces que a Michelle, Ramón, Tú y yo nos salían todas las cuentas. Hoy sólo celebraba que nuestro bar, tú bar, cerraba sus puertas.
Ha sido un día difícil, muy difícil de hecho. He intentado disimular todo lo que me pasaba por la cabeza durante el día, pero, al final, todo nos recordaba a ti. A las veces que te mostraste cabal, que nos hiciste partícipe de tu mente, a las veces que nos quisimos atrever a asaltar tu atalaya…, qué coño!, a ti!
Porque hoy cerramos un capítulo, un punto y aparte, un suspiro…
Porque esta noche Jose, Michelle, Bego, Ramón y yo hemos estado ahí, justo en el sitio donde nos dejaste. Oliendo, mirando, sintiendo, llorando…
Guiri, amigo, sabes que te he estudiado mucho últimamente, que he intentado entender lo que pasó, pero no sé, no me sale, miro a mi alrededor y tus amigos son los míos, son los nuestros, por los que luchamos, por los que nos partimos la cara tantas y tantas veces… y algo no me cuadra…
Amigo, todas las fotos de esta noche han sido mirando desde la barra hacia afuera, todas…
Y todas tienen un sentido, pero no tanto como esa Polaroid que nos ha enseñado Bego, esa en la que estabais ella y tú, esa que nos ha hecho temblar a todos esta noche.
Me hubiera encantado ser mejor amigo, haber estado cuando, como dice Ramón, te liaste la manta a la cabeza, cuando, al fin de al cabo, pusiste los cojones encima de la mesa…
Pero creo que nuestra misión hoy es celebrar lo que nos ha pasado, no sólo a mí, sino a todos los que hace quince años estábamos ahí, celebrando todos y cada uno de los metros cuadrados de ese local que nos hicieron ser lo que somos ahora.
Hoy se cierra el teatro que me convirtió en actor de mi vida, así que algo de mí se apaga con la madrugada, por eso me agarro a lo que has supuesto para todos nosotros.
Pero, y eso te lo debo a ti, cuando mañana me mire al espejo, recordaré que no le tengo que regalar ni un centímetro a la desesperanza…
Esperando a... Godot?
domingo, 2 de marzo de 2014
martes, 18 de febrero de 2014
¿Cómo serás tú...?
Sin amor no te he visto.
¿Cómo serás tú sin amor?
A veces lo pienso. Mirarte sin amor. Verte como serás tú del otro lado.
Del otro lado de mis ojos. Allí donde pasas,
donde pasarías con otra luz, con otro pie,
con otro ruido de pasos. Con otro viento que movería tus vestidos.
¿Cómo serás tú sin amor?
A veces lo pienso. Mirarte sin amor. Verte como serás tú del otro lado.
Del otro lado de mis ojos. Allí donde pasas,
donde pasarías con otra luz, con otro pie,
con otro ruido de pasos. Con otro viento que movería tus vestidos.
Historia
del corazón
Vicente
Aleixandre, 1954.
Muchos son los genios de las letras que se han planteado, al
igual que Vicente Aleixandre, si la realidad es un espejismo o si nuestros sentimientos “se disfrazan” de
realidad para, en una especie de Mátrix, presentarnos aquello o aquellos que
nos rodean de una manera más soportable para nuestra alma.
Hay veces en las que, sin ser capaz de quedarme dormido, me
planteo por qué hay veces en las que uno, como me ocurrió a mí mismo no hace
mucho, no es capaz de disfrazar sus percepciones o, peor aún, las malinterpreta
para entrar en una dinámica autodestructiva. A fin de cuentas el amor, en la
más amplia extensión del término, no deja de ser un filtro a través del cual
miramos al mundo que nos rodea al igual que lo es una situación de depresión o
ansiedad.
La vida no es ni apestosa ni maravillosa, es vida, sólo eso,
o todo eso, y planteársela en términos de rosa o negro no hace más que
propiciar dicotomías que nos llevan al colapso. En un país que se rige por la
máxima de las filias y las fobias sería más que deseable ser capaz de
abstraerse para vislumbrar que no todos los míos son infalibles o todos los
otros son un desastre, ya que, en tanto
en cuanto no demos un paso atrás y objetivemos nuestra vida cotidiana y nuestra
relación con “el mundo”, ese mundo que ocurre fuera de nuestra cabeza, no
seremos capaces de no perder el tiempo en diatribas sobre A’s o B’s, sobre
tigres o leones, sobre fachas o rojos, sobre catalanistas o españolistas…
Quizás será porque con demasiada facilidad nos convertimos
en masa, o porque siempre lo somos y la excepción es que seamos personas, somos
carne de cañón para oscuros intereses que llevan el debate fuera de lo que de
verdad importa. Sobre la solidaridad, sobre la amistad, sobre la igualdad,
sobre tú y yo, sobre nosotros…
jueves, 19 de diciembre de 2013
El 2014 será tuyo
Sí, te debo 2014, y te lo pienso dedicar. Lo tengo claro, te
lo mereces. Y no es que yo sea muy generoso, es que el 2013 fue mío, y no es
que eso sea malo, es que lo consumí entero.
Porque el año que se acaba te multiplicaste, porque
apareciste en muchas circunstancias, porque hice que aparecieras cuando no
estaba bien, incluso cuando estaba bien y no me lo quise creer. Estuviste
cuando te necesitaba, que fueron muchas veces, y cuando no tanto, que fueron
más.
Porque este año te he forzado a demostrar que eres mi amigo,
que eres mi amiga. Y has estado ahí, a pesar de que apenas me conozcas o de que
me conozcas demasiado, a pesar de que no haya sido tan bueno contigo como tú lo
has sido conmigo o de que me echaras o te echara de menos más veces de la
cuenta.
Porque, ahora que el año se apaga, miro a mí alrededor y
disfruto de cada minuto de lo que 2013 me ha traído, y tú eres parte de eso.
Porque has estado siempre ahí, o porque te he acabado de conocer, o porque no
te has olvidado de mí a pesar de que quizás nunca te conozca personalmente.
Has sido mi familia, mi amigo, mi contacto, mi registro
en la lista de correos, mi lector, alguien con quién quizás jamás hable en
persona, pero ya formas parte de mi vida y, ahora que el año se acaba, mi reto
es mirarte a los ojos, apretar tu mano y dedicarte los próximos 365 días de mi
vida.
Feliz año nuevo.
lunes, 25 de noviembre de 2013
Como la canción
Fue el veinte de abril del noventa, como la canción. Volvía de
celebrar mi vigesimoquinto cumpleaños cuando en aquel cruce chocaron mi coche y
mi alma contra aquella columna. Me dicen que pasé más de un minuto sin pulso,
muerto. Es lo último que no recuerdo. Desde aquel día, como si de una maldición
se tratara no soy capaz de olvidar. Nada. Todos y cada uno de los detalles y
sensaciones que mis sentidos procesan pasan a estar grabados a fuego en mi
mente.
Lo que podría parecer una bendición es un estigma que me
está volviendo loco. Porque no puedo olvidar tu cara, ni tus besos, ni cada una
de tus caricias, pero tampoco nuestras discusiones, ni tus reproches, ni el
sonido ronco del portazo que diste cuando me abandonaste. Ni cada segundo del
dolor que siento por haberte perdido. No olvido los atardeceres, ni el olor de
la lavanda en tu pelo. No olvido tus labios. No puedo, pero lo necesito. Me he
estancado en ti. Mi vida es como un rio parado en el dique de tu recuerdo.
Siguen ahí mis alegrías, mis sinsabores, los momentos de dolor.
La pérdida de mis padres, las discusiones con mis hermanos. La soledad. Ni aquella mirada aterrorizada del perro que no
me pudo esquivar. Ni el alcohol me libera, al contrario, me lanza como disparos
a mi cordura todos los recuerdos.
Dice el psiquiatra que los borrones en el alma que la
felicidad difumina en mi permanecen en primer plano. Y no hay cura. Sólo recordar,
y recordar, y seguir recordando.
miércoles, 20 de noviembre de 2013
Cuando yo quiera
Llevaba ya un rato despierto, aquella siesta había durado
más de lo habitual. Otro día más se retrasaban con mi cena. Al abrir la puerta
la enfermera instintivamente me volví hacia ella con la intención de quéjame,
pero la de aquella joven no era una cara conocida, así que refunfuñé y me volví
hacia la ventana de nuevo.
Maldita costumbre que tienen las enfermeras jóvenes de estar
todo el día sonriendo, y no porque no me guste la sonrisa, es que estar en este
hospital un mes por culpa de este maldito VIH no es algo por lo que te entren
demasiadas ganas de ser feliz. Aunque, todo sea dicho, mejor esto que estar
criando malvas. O eso dicen los que están sanos.
Muy diligente, Agatha, que así se llamaba, rodeó mi cama y
extendió la mesita portátil que hacía las veces de despacho y de comedor en la habitación
207 del Chelsea General Hospital. Junto con la comida, seguramente insípida por
la falta de sal, el vasito de las pastillas. Mis pastillas contra las
hemorragias y los calmantes. Esas que me mantenían con vida. Durante las
últimas semanas intenté esconderlas o tirarlas a la papelera, pero siempre
había una enfermera solicita para reponerlas por unas nuevas. A fin de cuentas
era su trabajo. Cuando Agatha se marchó retiré la cubierta de la bandeja,
con su sopa de pollo y aquel trozo de pan que tan sospechosamente se parecía al
de la cena de ayer.
martes, 19 de noviembre de 2013
Desamor
Desamor |
Te diría que te quiero si no fuera por una razón, el dolor. Tiemblo
sólo de pensar que hayamos vuelto a hacerlo, que hayamos quemado demasiado deprisa
lo único que quedaba entre nosotros, que el amor de ese recuerdo ardiera anoche
entre la pasión y las sábanas blancas.
Temo que esto se convierta en el fin de la hoja de nuestra
historia, que entonces, por inexperiencia o inocencia, dejamos incompleta.
Los sentimientos no pueden desvanecerse de la misma forma en
la que aparecieron. Tiene que quedar algún rincón, alguna habitación cerrada
donde se encuentren escondidas todavía aquellas palabras, aquellas caricias,
aquella ternura, aquella mirada, tú mirada...
La mirada gris del amanecer me acompañará cuando me
despierte de repente y vea que no eres tú la aquella con la que se engañaron
mis ojos, que no son tus caricias las que creía estar sintiendo como si
fuéramos los dos únicos seres racionales en este mundo y no son tus desdichas
las que puedo ayudar a solventar en este caminar uno al lado del otro, a
diario, en este universo.
Las pasiones se han diluido, las ilusiones rotas, los
propósitos de un día se quedaron en la vía, mientras el corazón tan roto sangra
por todas partes y te sientas a morir, mientras duele hasta el semblante.
Cuantas batallas perdidas aunque fueran ganadas un día,
cuanto amor tirado por el desagüe aunque amases cinco vidas, que poco quedó de
ti que eras tan conocida, ahora cuando te pienso, pienso en abrazos vacíos,
desnudos de corazón y helados de melancolía.
lunes, 18 de noviembre de 2013
Mayor
“Taylor Swift. Su inconfundible estilo 'vintage' con aires
naif y preppy se ha convertido en un referente” La madre del amor hermoso, ni
sé quién es la muchacha de la revista ni entiendo ninguna de esas palabras. La verdad es que
esto de los idiomas nunca fue lo mío. Ya en la escuela tenía muchos problemas
con el francés, pero conforme me he ido haciendo vieja creo que me voy liando
más. Deben ser las cosas de mi edad, pero la verdad es que no estoy tan mayor,
a mis setentaicinco años, me noto joven, vital. A pesar de todo, cuando me miro
al espejo, debajo de todas aquellas arrugas, sé que sigue existiendo esa joven
que le da voz a mi conciencia. Últimamente me olvido de algunas cosas, me
confundo demasiado, pero no pasa nada, es normal para mi edad.
Casi todas las
mañanas me levanto con ganas de comerme el mundo, pero es mi nieto el que a veces me
recuerda que no es por la mañana y que me acabo de despertar de la siesta.
Incluso mi hija se empeña en decirme que hay días que como dos veces, ¡Cómo si
a mí se me fuese a olvidar que he comido! Estos hijos, un par de despistes y ya
te quieren encerar en un loquero. Y yo tengo mucha vida por vivir. De hecho, es
la primera vez desde que murió Jacinto que vuelvo a tener ganas de pisar la
calle, y si me pierdo, como el otro día, pues no pasa nada, seguro que al final
algún joven amable me ayuda a encontrar la dirección. Nunca necesité saberme el
camino cuando vivía Jacinto, él se encargaba de todo. Me duelen los huesos,
porque ahí es donde mi cuerpo se revela recordándome que no soy una zagala.
Maldita artritis. En fin, que soy muy joven aún, que os quede claro.
Anda, ¿y esta muchacha de la revista quién es? “Taylor
Swift. Su inconfundible estilo 'vintage' con aires naif y preppy se ha convertido
en un referente” pues a la Taylor ésta no la conocía yo…
Intimidad
El automóvil se detuvo en la dirección solicitada. No parecía que tuviera prisa pero, sin embargo, estaba tremendamente
inquieta.
Cristina abrió su bolso y consultó de nuevo aquella
invitación. Era una cartulina de papel caro, con mucho gramaje. Ni el sobre,
del mismo color, ni la propia invitación disponían de ningún logotipo, solamente
su nombre, la fecha y la hora de la inauguración además de la dirección de la
galería. El nombre de la colección “Nosotros”. Ninguna otra información, ni
quién era el autor ni el motivo por el que un mensajero le había hecho llegar
en mano aquellos papeles.
Subió una decena de metros por la calle mayor hasta el
número de calle indicado. A aquella hora de la noche no había otro local abierto,
excepto un par de restaurantes en la otra acera de la calle. Desde la calle
sólo se divisaban las imágenes de obras colgadas en las paredes y un grupo me
mujeres discutiendo con alguien que debía de ser la gerente de la galería,
reconocible por llevar un portafolios en el que tomaba notas y un manos libres
bluetooth enganchado a la oreja derecha. “Cosas de modernos” pensó Cristina.
Al entrar al local se dio cuenta de que efectivamente
estaban discutiendo, la que parecía la encargada se disculpaba ante sus
interlocutores indicándoles que ella había sido contratada sólo para aquella
noche y que un hombre de alrededor de cincuenta años le había abonado el sueldo
acordado. Ella sólo debía recibir a los invitados y al cerrar dejar la llave en
el buzón. No sabía absolutamente nada más.
Cristina estaba extrañada por tanto alboroto sólo por una
exposición, pero se alertó al escuchar que una de las personas que discutía iba
a llamar a la policía, pero pensó que alguien debió copiar alguna de las obras
y por eso se había montado aquel lío.
No eran cuadros como ella había imaginado sino fotografías.
Fotografías nocturnas con imágenes de la ciudad, series de gente paseando junto
a otras fotos de esas mismas personas en su entorno doméstico. Era un proyecto
artísticamente interesante, la dualidad de nuestra vida en la calle junto con
su vida familiar. Cristina admiraba a los fotógrafos, ser capaces de plasmar
una milésima de segundo de la realidad y crear una historia sobre ella era un
don que ella envidiaba.
domingo, 17 de noviembre de 2013
El hijo de puta
Carmelo era un
hijo de puta, y a mucha honra. Nunca nadie en su familia, ni mucho menos su
propia madre le había negado la verdad, su madre fue prostituta. A principio en
el colegio sus amigos se reían de él, pero Carmelo jamás dio muestras de que le
importase, sobre todo por una razón, porque no le importaba lo más mínimo.
A los siete años, después de que un primo adolescente se metiese con él, fue su
propia madre la que se sentó con él para explicarle aquello que le acababa de
decir el muchacho. No era tan complicado.
Durante su juventud Carmen, su madre, se fugó de casa para evitar las palizas
que le propinaba su abuelo, una cosa llevó a la otra y se encontró metida en
una red de explotación de mujeres que le proporcionaban residencia, comida,
comida y algo de dinero a cambio de vender su cuerpo en un local de carretera.
Un hogar decadente y con olor a zotal, pero a fin de cuentas un hogar. Una
mañana, cuando acababan de cerrar el prostíbulo, una redada de la policía las
liberó de su chulo, parecía que la vida sonreía de nuevo a aquella mujer, pero
un par de meses más tarde, cuando no sabía que hacer con su vida, descubrió que
estaba embarazada. Por supuesto, nunca supo quien era el padre, pero tampoco
necesitaba saberlo. Aquel hijo era suyo y sólo suyo y por él merecía la pena
buscar una nueva vida para sacarlo adelante.
Así que, después
de doce años, ella y su bebé, Carmelo, tocaron a la puerta de casa de los abuelos
del niño, más concretamente de la de su abuela Celia, porque el padre
maltratador había fallecido unos años antes victima de un infarto, que en
diablo lo tenga en su gloria. En aquel renovado entorno, madre, hija y nieto se
conjuraron para salir adelante e intentar ser algo que nunca les habían dejado
ser, felices. Para esa felicidad había sólo una premisa, ir con la cabeza alta.
Trabajar duro no era algo que le importase a ninguna de las dos mujeres,
limpiar escaleras siempre sería mejor que acostarse con camioneros sudorosos y
cuidar ancianos siempre sería mejor que cuidar de un marido que te pegaba. Por
eso, y por Carmelo, durante muchos años las dos forjaron una relación materno-filial
estrecha, firme, abnegada.
Ambas hacían de
padre y de madre para el niño, nunca dejaron que le faltase lo más mínimo, pero
no refiriéndose al último juguete o a la camisa más cara, sino a valores, a
cariño, a una educación disciplinada, aquello que la mayoría de los padres
ponemos en un segundo plano.
La abuela Celia
no pudo superar un cáncer de mama que le diagnosticaron cuando Camelo comenzó
la Universidad, la enfermedad fue tan cruel que no le regaló los diez días que
faltaban para ver a Carmelo con su título de biólogo, pero él sabía que Celia
estaba con él aquel día, al igual que aquel otro que recibió una carta de la
universidad de Cornell para convertirse en investigador asociado.
Dos años después,
Linda, aquella joven, medio americana, medio japonesa, investigadora como él, había
conquistado su corazón y Carmelo tuvo claro que ella sería su compañera de
viaje para el resto de sus días. Por eso, aquellas navidades, cogieron los dos
las maletas y se plantaron en aquel diminuto piso de Getafe para contarle la
noticia a Carmen.
Las dos, Linda
y Carmen, a pesar de las barreras idiomáticas, inmediatamente conectaron,
porque hay cosas que no hace falta expresar con palabras. A las dos se les
iluminaba la cara cuando Carmelo hablaba. Las dos sentían por Carmelo la misma
devoción que él les profesaba.
Seis meses más
tarde una llamada a última hora de la mañana sobresaltó a Carmen. Era raro que
su hijo, por culpa de la diferencia horaria, le telefonease antes de las siete
de la tarde. “Linda está embarazada mamá, y creemos que es un niño”. Al colgar,
a la mujer se le hizo un nudo en la garganta. Su niño, aquel niño por el que
había decidido cambiar su vida y por el que tanto se habían sacrificado ella y
su madre, iba a convertirla en abuela. No debía haber hecho tan mal las cosas.
Era una noche a
finales de enero cuando Lucas llegó al mundo. Linda y Carmelo se acurrucaban en
la cama del hospital mirando al niño como embobados. “Hola Lucas, yo soy Carmelo,
tu padre, soy un hijo de puta, pero tu abuela, que fue puta, es la mujer más
maravillosa y luchadora que jamás conoceré”.
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