Nunca había pensado de si mismo
que pudiera ser un fake. De hecho siempre pensó que era un fraude, pero nunca
un fake, una falsificación. Para ser una falsificación era necesario que hubiera
un original merecedor de ser copiado y Frank, nuestro caminante de hoy, no lo
era.
Había nacido publicista, ya desde
pequeño era capaz de llevarse a su madre al huerto cada vez que hacía una de
sus trastadas, pero sus ocurrentes excusas no forjaban su espíritu, en cambio,
las constantes patrañas que ideaba para librarse de las consecuencias de sus
actos sí que lo marcaron como un hierro al rojo. Pero no lo podía reprimir,
siempre tenía una frase ingeniosa para cada situación, un punto de vista
mercantilista de todo lo que ocurría a su lado, desde cómo llenar el campo de fútbol
en los partidos del colegio hasta como venderles a sus padres unas malas notas.
Su máxima era “si la verdad no te gusta te la decoro a tu gusto”.
Todo sucedió de una manera
progresiva, de hecho nunca se paró a pensar en cuál era su vocación o que
quería hacer de su futuro. Él mismo de dedico a diseñar y amueblar su vida al
gusto de los demás. Unos estudios mediocres disfrazados de genialidades
extracurriculares, unas relaciones sentimentales basadas en la apariencia,
incluso amistades interesadas que no llenaban su vacío interior. A fin de
cuentas su mejor cliente, él mismo, tenía claro que su misión no era sacar el
mejor partido de sus virtudes, ya que dudaba tener alguna, si no crear un
parapeto entre el mundo y aquella voz que le machacaba en sus momentos de
soledad.
Maldita voz, cada día iba
comiéndose más y más su cerebro y lo enfrentaba a su realidad. Era un hombre
hueco, vacío, no era ni tan siquiera eso, un ser humano. Era un atrezo de una
obra barata, puro cartón piedra al servicio de una mentira que era su propia vida.
Pero todo cambió un día, a la
vuelta de un viaje por el extranjero, dormitaba en el avión mientras escuchaba
la conversación que dos jóvenes ejecutivas mantenían en el asiento delante del
suyo, “Me han dicho que van a despedir a Frank Delaware, creo que su empresa
tiene previsto sustituirle por un jefe de equipo más joven de la costa este”
contaba una de ellas también desconocedora de que, al oír su nombre, Frank las
escuchaba con atención. La otra joven asintió como si la noticia no le pillase
de sorpresa. ¡Cómo podía ser aquello! Él, que había renunciado a su propia vida
y a su propia personalidad para crear aquel personaje que tanto dinero había
hecho ganar a su firma, iba a ser despedido, ¡Y encima lo sabía todo el mundo!
Sin pensarlo demasiado se
escabulló entre el resto de los pasajeros para que aquellas dos mujeres no le
reconocieran y se fue directo a la sede de su empresa. Al bajar del taxi aquel
edificio de cristal le parecía más frío e impersonal que nunca. Una sensación gélida
le recorrió la espalda como si de un mal
augurio se tratase. Por primera vez en muchos años, aquel parapeto que había
forjado para defender su mediocridad se tambaleaba. Subió a la planta veintidós
donde se reconfortó al ver su nombre en la puerta del despacho junto con la
placa que indicaba que era el Vicepresidente Comercial y de Marketing. Aliviado
se sentó en un sillón y dio media vuelta para observar por la ventana aquella
tarde fría y lluviosa. Toda aquella gente que hacía unos minutos se había
cruzado por la calle parecía desde su atalaya un ejército de hormigas que
acompasaban su caminar con cierto sentido rítmico.
Aquel pequeño momento de paz ser
truncó con el sordo pitido del intercomunicador. Jane, su asistente, que
indicaba que el presidente de la corporación le esperaba en la planta veinticinco.
Con una sensación que creyó parecida a la que los cerdos camino del matadero,
Frank tomó el ascensor presidencial camino de la planta noble.
Hasta aquel día no se había
percatado del olor a rancio de aquella planta. A diferencia del resto del
edificio, mezcla de metal y cristal, la planta veinticinco era como dar un
salto en el tiempo hasta siglo XIX. Robustas puertas de maderas nobles daban
paso a amplias salas de reuniones llenas de libros antiguos que jamás había leído
nadie. Frank lo sabía bien porque él mismo se encargó de comprar aquellos
ejemplares a un anticuario que le había hecho un buen precio porque, a pesar de
tener las tapas en perfecto estado, tenían las hojas ilegibles por el paso del
tiempo y la falta de cuidados. A fin de cuentas, aquellas estanterías eran como
él mismo, una solución para aparentar lo que no se es.
Al llegar el presidente Frank ya
se sabía vencido. Había presenciado aquella escena muchas veces, pero ésa le
tocaba a él ser el protagonista. Sobre la impersonal conversación con la que
pusieron fin a tantos años de relación laboral Frank no fue capaz de recordar
nada desde el momento en el que tomó el ascensor camino de la calle. Ya le
habían preparado sus pertenencias y el sustancioso cheque con el que la compañía
que le acababa de despedir le pagaba la confidencialidad que le exigían durante
los siguientes meses.
En ningún momento se planteó
parar en la planta veintidós para despedirse de su equipo. Sabía que ninguno de
ellos le iba a echar de menos, además, seguramente ya estarían enzarzados en
ponerse zancadillas para quedar bien delante del próximo jefe. Él ya era
historia para todos ellos, peor aún, era una especie de apestado al que nadie
se quería acercar, en cuestión de minutos se había convertido en aquello de lo que
llevaba tanto huyendo, un perdedor.
No era capaz de recordar cuánto
tiempo pasó en la cama sin hablar con nadie. Ni tenía nada que contar ni nadie
a quien contárselo. Se sentía un periódico del día anterior, que todo el mundo
se pelea por él mientras es útil pero que todo el mundo desprecia cuando pasa
su momento. Deleznable, a fin de cuentas.
Una mañana cogió una mochila y
metió en ella ropa para unos días, bajo a la calle y dudó si coger un taxi o el
metro pero, como no sabía dónde quería ir ni por qué, comenzó a andar. Era la
primera vez que hacía aquello. Caminar sin ningún rumbo ni prisa, intentando
descubrir lo que el mundo le estaba ofreciendo y que él llevaba tanto tiempo
perdiéndose. Encendió su ipod, puso el modo aleatorio y sonrió cuando aquella canción de Dire
Straits comenzó a sonar:
A long time ago
came a man on a track
walking thirty miles with a pack on his back
and he put down his load where he thought it
was the best
made a home in the wilderness…
Absolutamente genial. Me alegra tenerte de vuelta.
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