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jueves, 1 de noviembre de 2012

Didi y Gogo en Halloween.



Quizás por la querencia de la tierra, a fin de cuentas Samuel Beckett era irlandés como la propia fiesta de Halloween, hoy he abierto la ventana y me he encontrado a Didi y Gogo, sentados debajo de su árbol, disfrazados de Godot.
Es extraño, en principio la tradición se basaba en que uno debía disfrazarse de espíritu maligno para que cuando los verdaderos espíritus malignos llegasen el día de Todos los Santos, nos creyesen uno de ellos y pasaran de largo. Estas fiestas, primero paganas, después  romanas, luego cristianas y ahora comercial-americanas (como la mayoría de las que adornan nuestro calendario), nos invitan a quitarnos el miedo disfrazándonos de él, de esas cosas que nos asustan o nos angustian.
Por eso, en un principio, me ha extrañado ver a Didi y a Gogo disfrazados de Godot, cada uno de ellos a su manera, Didi completamente desnudo y Gogo, también desnudo pero con una careta sonriente.
Vivimos tiempos en los que la esperanza está mal vista, tiempos en los que tener suerte en algo que emprendes causa un extraño cargo de conciencia, por eso creo que a nuestros amigos les está empezando a pasar un poco como a nuestra sociedad, empezamos a tener miedo de que llegue aquello por lo que estamos luchando, aquello que nos duele todos los días, pero que nos hace seguir para adelante, porque, ¿y si todo lo que estamos pasando no nos lleva a la felicidad? ¿Y si después de la prima de riesgo llega otra de las 7 plagas?
Creo que Didi y Gogo, a fin de cuentas, nosotros, estamos empezando a plantearnos que lo mejor que nos puede pasar es que, si llega Godot, no nos reconozca y pase de largo, bien porque nos vea tan desnudos como la esperanza o las buenas noticias que él pueda traernos o bien porque nuestra careta nos haga parecer contentos con nuestra situación.
Tú, lector y yo, juntaletras, llevamos ya demasiado tiempo desnudos, incluso muchas veces con la careta sonriente puesta y, el día que llegue Godot, si es que llega, va a pasar de largo, porque va a creer que ya somos parte de la solución o, lo que es peor, que estamos contentos con nuestra situación.
Es hora de que nos pronunciemos, de que nos cabreemos, de que verbalicemos los problemas y les busquemos soluciones. Sí, ya sé, seguramente no encontremos muchas de esas soluciones, pero por lo menos cuando llegue Godot sabremos que tenemos un problema y, ya con fuerzas y entre todos, lo solucionemos.
Si un holandés, un alemán o un finlandés llegan con el dinero de sus impuestos que, a fin de cuentas, a estas alturas del cuento, es el Godot que estamos esperando, y nos ven aquí sentados bajo nuestro árbol, pero cabreados, enrabietados, buscando dónde nos hemos equivocado y librándonos de los que nos han traído hasta aquí no se les caerán prendas en ayudarnos.  Si, por el contrario, seguimos disfrazados de desesperanza y con nuestra careta de felicidad dando imagen de que todo lo que hemos pasado es aceptable y que aún nos quedan tragaderas, cuando llegue la solución, va a pasar de largo, porque, si ya no es demasiado tarde, queridos amigos, quedará poco…

lunes, 29 de octubre de 2012

España 2012: Esperando a Godot 2.0




Cuando el crítico Vivian Mercier resumió los dos actos de la obra Esperando a Godot de Samuel Becket en: "nada ocurre, dos veces", explicitó el existencialismo que impregnaba el teatro del absurdo del autor irlandés.

Dos personajes, Didi y Gogo, (con aspecto de vagabundos, refugiados o de soldados de una guerra recién acabada), se recuestan en un árbol en medio del camino esperando la llegada de Godot, alguien que parece que va a  venir a ayudarles, a sacarles de esa situación de espera. De repente aparece Pozzo,  el dueño de esa tierra (o quien dice serlo), junto con un sirviente, Lucky, al que lleva atado con una cuerda y que sirve de bufón para el resto de los personajes. Pozzo les hace una disertación sobre las teorías del filósofo empirista Berkeley que poco o nada entienden o les interesan a Didi y Gogo. Al final del día aparece un niño que les dice que ese día no aparecerá Godot, que llegará al día siguiente. El siguiente día (segundo acto) Didi y Gogo siguen igual de anodinos en su espera, pero esta vez Pozzo y Lucky llegan pero el primero aquejado de una tan inexplicable ceguera como la mudez que ahora tiene Lucky. El día de espera se hace interminable hasta que, con la puesta de sol aparece el mismo niño de la noche anterior diciendo que es otro niño y que Godot no vendrá. Didi y Gogo deciden irse.... pero se quedan allí.

Usted y yo somos Didi y Gogo, nos están repartiendo hostias por doquier, nos recortan, nos quitan nuestros servicios públicos, se ríen de nosotros y, un día decidimos llegar a un árbol del camino a descansar y a esperar que escampe, porque los buenos tiempos (Godot) llegarán, siempre que ha llovido ha escampado. Perdemos nuestro tiempo hablando de la vida, del fútbol, de Belén Esteban… dejamos el tiempo pasar porque los buenos tiempos llegarán. Los banqueros, los dueños del árbol donde nos cobijamos, aparecen con sus bufones (tertulianos, creadores de opinión) que nos entretienen con bufonadas para que nuestra espera sea menos angustiosa y nos intentan explicar el por qué de nuestra situación actual con teorías como las del Sr. Krugman que, ni entendemos ni nos interesan, pero que, si fuesen tan realizables, no nos tendrían en la situación que nos encontramos. Al final del día nos llega el gobierno y nos dice que las vacas flacas no pasarán en 2013, sino en 2014
Y pasa un día... y otro...  y el banquero, ya ciego porque si nosotros estamos tiesos, ellos ganan menos dinero ya no pueden untar a sus bufones (los medios de comunicación ) que se van quedando mudos, menguan o desaparecen, y usted y yo, con cara de tontos, seguimos esperando a que llegue Godot y “la cosa” remonte. Pero llega el final del día y este gobierno u otro, el mismo niño a fin de cuentas, nos dice que Godot no va a llegar… y qué hacemos nosotros? Irnos? Revelarnos? Sí, pero… con lo bien que se está debajo de este árbol…