Suscríbete Esperando a... Godot?: noviembre 2013

lunes, 25 de noviembre de 2013

Como la canción



Fue el veinte de abril del noventa, como la canción. Volvía de celebrar mi vigesimoquinto cumpleaños cuando en aquel cruce chocaron mi coche y mi alma contra aquella columna. Me dicen que pasé más de un minuto sin pulso, muerto. Es lo último que no recuerdo. Desde aquel día, como si de una maldición se tratara no soy capaz de olvidar. Nada. Todos y cada uno de los detalles y sensaciones que mis sentidos procesan pasan a estar grabados a fuego en mi mente. 

Lo que podría parecer una bendición es un estigma que me está volviendo loco. Porque no puedo olvidar tu cara, ni tus besos, ni cada una de tus caricias, pero tampoco nuestras discusiones, ni tus reproches, ni el sonido ronco del portazo que diste cuando me abandonaste. Ni cada segundo del dolor que siento por haberte perdido. No olvido los atardeceres, ni el olor de la lavanda en tu pelo. No olvido tus labios. No puedo, pero lo necesito. Me he estancado en ti. Mi vida es como un rio parado en el dique de tu recuerdo. 

Siguen ahí mis alegrías, mis sinsabores, los momentos de dolor. La pérdida de mis padres, las discusiones con mis hermanos. La soledad. Ni  aquella mirada aterrorizada del perro que no me pudo esquivar. Ni el alcohol me libera, al contrario, me lanza como disparos a mi cordura todos los recuerdos. 

Dice el psiquiatra que los borrones en el alma que la felicidad difumina en mi permanecen en primer plano. Y no hay cura. Sólo recordar, y recordar, y seguir recordando.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Cuando yo quiera

Llevaba ya un rato despierto, aquella siesta había durado más de lo habitual. Otro día más se retrasaban con mi cena. Al abrir la puerta la enfermera instintivamente me volví hacia ella con la intención de quéjame, pero la de aquella joven no era una cara conocida, así que refunfuñé y me volví hacia la ventana de nuevo. 

Maldita costumbre que tienen las enfermeras jóvenes de estar todo el día sonriendo, y no porque no me guste la sonrisa, es que estar en este hospital un mes por culpa de este maldito VIH no es algo por lo que te entren demasiadas ganas de ser feliz. Aunque, todo sea dicho, mejor esto que estar criando malvas. O eso dicen los que están sanos.

Muy diligente, Agatha, que así se llamaba, rodeó mi cama y extendió la mesita portátil que hacía las veces de despacho y de comedor en la habitación 207 del Chelsea General Hospital. Junto con la comida, seguramente insípida por la falta de sal, el vasito de las pastillas. Mis pastillas contra las hemorragias y los calmantes. Esas que me mantenían con vida. Durante las últimas semanas intenté esconderlas o tirarlas a la papelera, pero siempre había una enfermera solicita para reponerlas por unas nuevas. A fin de cuentas era su trabajo. Cuando Agatha se marchó retiré la cubierta de la bandeja, con su sopa de pollo y aquel trozo de pan que tan sospechosamente se parecía al de la cena de ayer.

martes, 19 de noviembre de 2013

Desamor


Desamor

Te diría que te quiero si no fuera por una razón, el dolor. Tiemblo sólo de pensar que hayamos vuelto a hacerlo, que hayamos quemado demasiado deprisa lo único que quedaba entre nosotros, que el amor de ese recuerdo ardiera anoche entre la pasión y las sábanas blancas. 

Temo que esto se convierta en el fin de la hoja de nuestra historia, que entonces, por inexperiencia o inocencia, dejamos incompleta.

Los sentimientos no pueden desvanecerse de la misma forma en la que aparecieron. Tiene que quedar algún rincón, alguna habitación cerrada donde se encuentren escondidas todavía aquellas palabras, aquellas caricias, aquella ternura, aquella mirada, tú mirada...

La mirada gris del amanecer me acompañará cuando me despierte de repente y vea que no eres tú la aquella con la que se engañaron mis ojos, que no son tus caricias las que creía estar sintiendo como si fuéramos los dos únicos seres racionales en este mundo y no son tus desdichas las que puedo ayudar a solventar en este caminar uno al lado del otro, a diario, en este universo.

Las pasiones se han diluido, las ilusiones rotas, los propósitos de un día se quedaron en la vía, mientras el corazón tan roto sangra por todas partes y te sientas a morir, mientras duele hasta el semblante. 

Cuantas batallas perdidas aunque fueran ganadas un día, cuanto amor tirado por el desagüe aunque amases cinco vidas, que poco quedó de ti que eras tan conocida, ahora cuando te pienso, pienso en abrazos vacíos, desnudos de corazón y helados de melancolía.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Mayor



“Taylor Swift. Su inconfundible estilo 'vintage' con aires naif y preppy se ha convertido en un referente” La madre del amor hermoso, ni sé quién es la muchacha de la revista ni entiendo ninguna de esas palabras. La verdad es que esto de los idiomas nunca fue lo mío. Ya en la escuela tenía muchos problemas con el francés, pero conforme me he ido haciendo vieja creo que me voy liando más. Deben ser las cosas de mi edad, pero la verdad es que no estoy tan mayor, a mis setentaicinco años, me noto joven, vital. A pesar de todo, cuando me miro al espejo, debajo de todas aquellas arrugas, sé que sigue existiendo esa joven que le da voz a mi conciencia. Últimamente me olvido de algunas cosas, me confundo demasiado, pero no pasa nada, es normal para mi edad. 

Casi todas las mañanas me levanto con ganas de comerme el mundo, pero es mi nieto el que a veces me recuerda que no es por la mañana y que me acabo de despertar de la siesta. Incluso mi hija se empeña en decirme que hay días que como dos veces, ¡Cómo si a mí se me fuese a olvidar que he comido! Estos hijos, un par de despistes y ya te quieren encerar en un loquero. Y yo tengo mucha vida por vivir. De hecho, es la primera vez desde que murió Jacinto que vuelvo a tener ganas de pisar la calle, y si me pierdo, como el otro día, pues no pasa nada, seguro que al final algún joven amable me ayuda a encontrar la dirección. Nunca necesité saberme el camino cuando vivía Jacinto, él se encargaba de todo. Me duelen los huesos, porque ahí es donde mi cuerpo se revela recordándome que no soy una zagala. Maldita artritis. En fin, que soy muy joven aún, que os quede claro.

Anda, ¿y esta muchacha de la revista quién es? “Taylor Swift. Su inconfundible estilo 'vintage' con aires naif y preppy se ha convertido en un referente” pues a la Taylor ésta no la conocía yo…

Intimidad



El automóvil se detuvo en la dirección solicitada. No parecía que tuviera prisa pero, sin embargo, estaba tremendamente inquieta.


Cristina abrió su bolso y consultó de nuevo aquella invitación. Era una cartulina de papel caro, con mucho gramaje. Ni el sobre, del mismo color, ni la propia invitación disponían de ningún logotipo, solamente su nombre, la fecha y la hora de la inauguración además de la dirección de la galería. El nombre de la colección “Nosotros”. Ninguna otra información, ni quién era el autor ni el motivo por el que un mensajero le había hecho llegar en mano aquellos papeles.


Subió una decena de metros por la calle mayor hasta el número de calle indicado. A aquella hora de la noche no había otro local abierto, excepto un par de restaurantes en la otra acera de la calle. Desde la calle sólo se divisaban las imágenes de obras colgadas en las paredes y un grupo me mujeres discutiendo con alguien que debía de ser la gerente de la galería, reconocible por llevar un portafolios en el que tomaba notas y un manos libres bluetooth enganchado a la oreja derecha. “Cosas de modernos” pensó Cristina.


Al entrar al local se dio cuenta de que efectivamente estaban discutiendo, la que parecía la encargada se disculpaba ante sus interlocutores indicándoles que ella había sido contratada sólo para aquella noche y que un hombre de alrededor de cincuenta años le había abonado el sueldo acordado. Ella sólo debía recibir a los invitados y al cerrar dejar la llave en el buzón. No sabía absolutamente nada más.


Cristina estaba extrañada por tanto alboroto sólo por una exposición, pero se alertó al escuchar que una de las personas que discutía iba a llamar a la policía, pero pensó que alguien debió copiar alguna de las obras y por eso se había montado aquel lío.

No eran cuadros como ella había imaginado sino fotografías. Fotografías nocturnas con imágenes de la ciudad, series de gente paseando junto a otras fotos de esas mismas personas en su entorno doméstico. Era un proyecto artísticamente interesante, la dualidad de nuestra vida en la calle junto con su vida familiar. Cristina admiraba a los fotógrafos, ser capaces de plasmar una milésima de segundo de la realidad y crear una historia sobre ella era un don que ella envidiaba.  

domingo, 17 de noviembre de 2013

El hijo de puta

Carmelo era un hijo de puta, y a mucha honra. Nunca nadie en su familia, ni mucho menos su propia madre le había negado la verdad, su madre fue prostituta. A principio en el colegio sus amigos se reían de él, pero Carmelo jamás dio muestras de que le importase, sobre todo por una razón, porque no le importaba lo más mínimo. A los siete años, después de que un primo adolescente se metiese con él, fue su propia madre la que se sentó con él para explicarle aquello que le acababa de decir el muchacho. No era tan complicado.

Durante su juventud Carmen, su madre, se fugó de casa para evitar las palizas que le propinaba su abuelo, una cosa llevó a la otra y se encontró metida en una red de explotación de mujeres que le proporcionaban residencia, comida, comida y algo de dinero a cambio de vender su cuerpo en un local de carretera. Un hogar decadente y con olor a zotal, pero a fin de cuentas un hogar. Una mañana, cuando acababan de cerrar el prostíbulo, una redada de la policía las liberó de su chulo, parecía que la vida sonreía de nuevo a aquella mujer, pero un par de meses más tarde, cuando no sabía que hacer con su vida, descubrió que estaba embarazada. Por supuesto, nunca supo quien era el padre, pero tampoco necesitaba saberlo. Aquel hijo era suyo y sólo suyo y por él merecía la pena buscar una nueva vida para sacarlo adelante.

Así que, después de doce años, ella y su bebé, Carmelo, tocaron a la puerta de casa de los abuelos del niño, más concretamente de la de su abuela Celia, porque el padre maltratador había fallecido unos años antes victima de un infarto, que en diablo lo tenga en su gloria. En aquel renovado entorno, madre, hija y nieto se conjuraron para salir adelante e intentar ser algo que nunca les habían dejado ser, felices. Para esa felicidad había sólo una premisa, ir con la cabeza alta. Trabajar duro no era algo que le importase a ninguna de las dos mujeres, limpiar escaleras siempre sería mejor que acostarse con camioneros sudorosos y cuidar ancianos siempre sería mejor que cuidar de un marido que te pegaba. Por eso, y por Carmelo, durante muchos años las dos forjaron una relación materno-filial estrecha, firme, abnegada.

Ambas hacían de padre y de madre para el niño, nunca dejaron que le faltase lo más mínimo, pero no refiriéndose al último juguete o a la camisa más cara, sino a valores, a cariño, a una educación disciplinada, aquello que la mayoría de los padres ponemos en un segundo plano.

La abuela Celia no pudo superar un cáncer de mama que le diagnosticaron cuando Camelo comenzó la Universidad, la enfermedad fue tan cruel que no le regaló los diez días que faltaban para ver a Carmelo con su título de biólogo, pero él sabía que Celia estaba con él aquel día, al igual que aquel otro que recibió una carta de la universidad de Cornell para convertirse en investigador asociado.

Dos años después, Linda, aquella joven, medio americana, medio japonesa, investigadora como él, había conquistado su corazón y Carmelo tuvo claro que ella sería su compañera de viaje para el resto de sus días. Por eso, aquellas navidades, cogieron los dos las maletas y se plantaron en aquel diminuto piso de Getafe para contarle la noticia a Carmen.

Las dos, Linda y Carmen, a pesar de las barreras idiomáticas, inmediatamente conectaron, porque hay cosas que no hace falta expresar con palabras. A las dos se les iluminaba la cara cuando Carmelo hablaba. Las dos sentían por Carmelo la misma devoción que él les profesaba.

Seis meses más tarde una llamada a última hora de la mañana sobresaltó a Carmen. Era raro que su hijo, por culpa de la diferencia horaria, le telefonease antes de las siete de la tarde. “Linda está embarazada mamá, y creemos que es un niño”. Al colgar, a la mujer se le hizo un nudo en la garganta. Su niño, aquel niño por el que había decidido cambiar su vida y por el que tanto se habían sacrificado ella y su madre, iba a convertirla en abuela. No debía haber hecho tan mal las cosas.

Era una noche a finales de enero cuando Lucas llegó al mundo. Linda y Carmelo se acurrucaban en la cama del hospital mirando al niño como embobados. “Hola Lucas, yo soy Carmelo, tu padre, soy un hijo de puta, pero tu abuela, que fue puta, es la mujer más maravillosa y luchadora que jamás conoceré”.

   

jueves, 14 de noviembre de 2013

Será mío



Pero mira que soy tonta, ¿Cómo un tío como ÉL se iba a fijar en una chica como yo? Desde que, hace tres años, entré en el instituto sólo he tenido ojos para Luis, que joven más guapo y sexi de toda la ciudad. Por él lo he intentado todo, he cambiado mi forma de vestir, me he pintado como una puerta, he renegado de mis amigas, incluso de mi familia, y todo, ¿Para qué? Él parece que me ignora, no es capaz de darse cuenta de que cada vez que está junto a mí me ruborizo y prácticamente no me salen las palabras. Quizás sea eso, que piense que soy una paguata, una niña pequeña en plena edad del pavo. Pero yo estoy por encima de todo eso. Le deseo, quiero ser suya y que él sea mío. Y lo voy a conseguir, ya sea por las buenas o por las malas. Este viernes, en la fiesta de fin de curso voy a aprovechar para decirle lo que siento, y no voy a aceptar un no por respuesta, porque sé que en el fondo un hombre es un hombre, y cuando me lance sobre él, seguro que no se echa atrás, y si se atreve, que se atenga a las consecuencias, porque si no es para mí, no será para nadie. Le denunciaré, le arruinaré la vida, porque a mí nadie me rechaza…

- Marta Gómez, deja de pensar en las musarañas y sal a la pizarra!

- Umm, sí, perdone Don Luis…

martes, 12 de noviembre de 2013

Como ayer



No deja de llegar gente. La verdad es que empiezo a estar un poco cansado de todo este ajetreo. Ciertamente siempre me he sentido afortunado por tener tantísimos amigos, pero lo de esta ocasión se escapa de cualquier previsión. Para el poco tiempo que han tenido para organizarlo creo que la habitación está preciosa, todas esas flores, todas esas fotos mías por las paredes, esas sonrisas emocionadas. Incluso en el momento en que el tío Fred se levantó para decir aquellas palabras sobre mí creo que Linda, mi mujer, se emocionó más que yo. Ella siempre me había dicho que era un tipo muy frío, y estoy de acuerdo con ella. Por más que aparece gente y me dice lo que me quiere, por mucho que hasta mis compañeros de trabajo se hayan dignado a dejar de pelearse por venir a verme, lo último que me pide el cuerpo es levantarme y charlar con ellos.

Todo este jolgorio comenzó anoche, casi sin tiempo para reaccionar. Acababa de llegar un poco borracho de la comida del club de campo y me tumbé a ver la tele, al despertar seguía en el salón pero con la ropa de fiesta, como siempre impecable con mi traje hecho a medida. No era la primera vez que Linda me tenía que cambiar de ropa para que mis amigos no se dieran cuenta de lo lamentable que me pongo cuando bebo. Mientras yo me hacía a la idea de donde estaba, Linda ya estaba arreglada recibiendo amigos, todos tan guapos y tan de fiesta, hasta mi hermano Paul ha puesto aquel traje que yo le había pasado, pero el pobre no se da cuenta de que es un traje de dos mil dólares y aquella corbata negra estrecha no pegaba nada para una reunión social como aquella. Le tendré que regañar la próxima vez que hable con él.
Debe ser la resaca, o los nervios, pero ahora que me doy cuenta, desde ayer no he probado bocado, a ver si alguno se acuerda de mí y me trae algo porque quitando las copas que traen los que hablan conmigo, no he visto a penas comida. La próxima vez montaremos este sarao en el propio club de campo y así no tendré que estar preocupado de si a alguno le hace falta algo.  Tengo que decirle a Linda que baje el aire acondicionado porque tengo el frío en los huesos y no me gustaría que después los invitados me echasen la culpa de sus resfriados.

Dios mío, ha llegado Meredith! Si mi mujer se entera de que me estoy acostando con su mejor amiga, nos va a matar a los dos. Parece que algo sabe, porque están discutiendo en la puerta, creo que se va a liar.
No ha llegado la sangre al río, después de un largo abrazo parece que estaban discutiendo por otro motivo, porque las dos se han fundido en un abrazo y llorando vienen hacia mí… no sé dónde meterme…
…la cabeza me está dando mil vueltas, no entiendo que está pasando, que hacen estas dos plantadas delante de mí, cogidas de la mano y llorando. Si tienen que decirme algo, que lo hagan, pero esto es demasiado, van a acabar conmigo. Parece  que Linda va a decir algo…

“Steve, desde hace mucho tiempo sabía que estabas con Meredith, pero nunca me importó, yo tampoco he sido nunca estrictamente fiel”

No soy capaz de articular palabra, ¡Mi mujer me engaña!, ¿por qué no salto y se la monto, por qué ha tenido que venir con “la otra” para confesármelo?, ¿por qué hoy? Creo que me voy a desmayar pero siento como si ya estuviese desmayado. Debe ser la tensión, últimamente la he tenido muy descompensada.
Creo que tengo que replantearme qué hacer con mi vida, con mi matrimonio, con mis amigos. No es normal que viva siempre al límite, que engañe a mi mujer, que no haga caso a todos estos amigos que han venido a verme hoy. 

Debo cambiar, no puedo seguir viviendo así. Cualquier día de estos me muero y me pierdo todas estas cosas que tengo y no estoy aprovechando. Cualquier día, como ayer.