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lunes, 18 de noviembre de 2013

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Intimidad



El automóvil se detuvo en la dirección solicitada. No parecía que tuviera prisa pero, sin embargo, estaba tremendamente inquieta.


Cristina abrió su bolso y consultó de nuevo aquella invitación. Era una cartulina de papel caro, con mucho gramaje. Ni el sobre, del mismo color, ni la propia invitación disponían de ningún logotipo, solamente su nombre, la fecha y la hora de la inauguración además de la dirección de la galería. El nombre de la colección “Nosotros”. Ninguna otra información, ni quién era el autor ni el motivo por el que un mensajero le había hecho llegar en mano aquellos papeles.


Subió una decena de metros por la calle mayor hasta el número de calle indicado. A aquella hora de la noche no había otro local abierto, excepto un par de restaurantes en la otra acera de la calle. Desde la calle sólo se divisaban las imágenes de obras colgadas en las paredes y un grupo me mujeres discutiendo con alguien que debía de ser la gerente de la galería, reconocible por llevar un portafolios en el que tomaba notas y un manos libres bluetooth enganchado a la oreja derecha. “Cosas de modernos” pensó Cristina.


Al entrar al local se dio cuenta de que efectivamente estaban discutiendo, la que parecía la encargada se disculpaba ante sus interlocutores indicándoles que ella había sido contratada sólo para aquella noche y que un hombre de alrededor de cincuenta años le había abonado el sueldo acordado. Ella sólo debía recibir a los invitados y al cerrar dejar la llave en el buzón. No sabía absolutamente nada más.


Cristina estaba extrañada por tanto alboroto sólo por una exposición, pero se alertó al escuchar que una de las personas que discutía iba a llamar a la policía, pero pensó que alguien debió copiar alguna de las obras y por eso se había montado aquel lío.

No eran cuadros como ella había imaginado sino fotografías. Fotografías nocturnas con imágenes de la ciudad, series de gente paseando junto a otras fotos de esas mismas personas en su entorno doméstico. Era un proyecto artísticamente interesante, la dualidad de nuestra vida en la calle junto con su vida familiar. Cristina admiraba a los fotógrafos, ser capaces de plasmar una milésima de segundo de la realidad y crear una historia sobre ella era un don que ella envidiaba.  



Siguió paseando por la galería cuando una pareja exclamó en voz alta “¡Somos nosotros!”, como quien no quiere la cosa Cristina se situó junto a aquellas dos fotos, efectivamente la primera foto era de aquellos dos jóvenes paseando por el parque agarrados por la cintura. La segunda era una fotografía tomada de lejos, como con teleobjetivo, en ella la chica, en sujetador, aparentemente increpaba al joven que, sin camiseta, se tapaba la cara con las manos.


¿Qué es esto? Dijo Cristina en voz baja pensando que nadie la escuchaba. Pero no era así, dos de las mujeres que discutían con la chica del pinganillo se le acercaron por detrás y le dijeron “Perdona, pero creemos que debes ver esto”. Sin estar segura de querer hacerlo, siguió a las mujeres hasta el último set de la exposición. En él una foto de una joven haciendo running por las calles de la ciudad, en la otra, otra foto tomada aprovechando un reflejo de una ventana, en la que, difuminada por el vapor, se distinguía a la misma joven tomando una ducha completamente desnuda. “¿Eres tú verdad?” Preguntó una de las mujeres. “Ese cerdo nos ha estado espiando a todos” comentó la otra. Cristina no tenía dudas, tanto la chica en ropa de deportes como la de la ducha eran ella. 


Una mezcla de sensaciones, por un lado miedo y por otro excitación, se apoderó de ella mientras, avergonzada salió corriendo de aquella galería, o de aquella encerrona, mejor dicho.


Paseó camino de la parada de taxis unos cien metros, sólo un vehículo esperaba en la parada así que, para huir del frío, saltó dentro con idea de dejar de pensar y llegar a casa pronto. Al tomar asiento, un ruido mecánico la apartó de sus pensamientos. Los pestillos de la puerta se habían bajado. Pensando que debía haber sido ella misma con el brazo le dijo al taxista su dirección. El hombre, de unos cincuenta años, giró la cabeza y respondió “¿Te han gustado mis fotos, Cristina…?"

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