Suscríbete Esperando a... Godot?: agosto 2013

sábado, 24 de agosto de 2013

Distinto

Miguel no estaba enfermo. Desde que era capaz de recordar siempre se sintió distinto al resto de los niños aunque su madre le decía que él no era ni mejor ni peor que el resto, sólo que era diferente.

Con su hermana Clara siempre a su lado para protegerle Miguel se había dado cuenta de que ya no estaba tan claro quién cuidaba de quién aunque cuando eran pequeños más de una vez la pequeña Clara había vuelto a casa con la nariz sangrando porque algún niño se había metido con su hermano.

La adolescencia tampoco fue fácil ya que cuando las hormonas comenzaron a hacer de las suyas ninguna de aquellas chicas a las que mandaba flores y escribía poesías le correspondía siquiera con una sonrisa. Al principio era duro, pero como todo en su vida era cuestión de tener paciencia, y de eso Miguel sabía mucho.

El día de su quince cumpleaños, aprovechando que le habían concedido una plaza en un taller ocupacional, salieron a cenar, pero en medio de la cena su padre se desmayó. Fue todo muy rápido, demasiado para Miguel, que era capaz de entenderlo todo, aunque a su ritmo, pero la enfermedad fue esta vez más rápida que él y en menos de una semana Clara y Miguel se quedaron a cargo de su madre que por culpa del cierre de la fábrica de automóviles sólo disponía de una ínfima pensión que no era suficiente para los tres.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Asesino

Nunca imaginó que iba a tener que estar huyendo el resto de sus días. Menos aún que aquella huida fuera porque había matado a un hombre, porque era un asesino.
Dominique era uno de los recién incorporados al grupo de caminantes. Una mañana apareció en un cruce de caminos y comenzó a caminar junto a ellos. La mayoría de los veteranos achacaban su parquedad en palabras a que no dominaba el idioma del resto de los peregrinos. Otros pensaban que sencillamente era una persona de pocas palabras, pero nadie se podía imaginar que aquel hombre enjuto, con el pelo cano, pero cercano con cara de treintañero, guardaba un secreto que el recomía el alma.
Hacía diez años que se había alistado a las tropas de su país para participar en aquellos escarceos que precedieron a la gran guerra. Con veinte años recién cumplidos creyó que su misión en la vida era ayudar a su patria a defenderse de las ansias expansionistas de su enemigo pero un alma cándida como la suya no estaba preparada para afrontar los horrores que vio en aquellas batallas. Soldados, que años antes eran vecinos de pueblos colindantes,  se mataban los unos a los otros en nombre de una patria que no tenía cara ni color. Niños y mujeres huían como refugiados dejando atrás todo aquello por lo que habían luchado sus antepasados. El hambre y las enfermedades habían acabado con los pocos que habían sobrevivido al conflicto.
Su definitiva bajada a los infiernos no fue ni tan siquiera durante la guerra. Su bando hacía un par de meses que se había proclamado vencedor y aquello, muy al contrario de lo que pensaba, le había enseñado lo peor de la condición humana. Sus compañeros de pelotón habían dejado de ser seres humanos para convertirse en bestias ávidas de sangre. Aunque sus cuerpos habían sobrevivido a la contienda sus almas yacían en aquellos campos de batalla pues sus dueños se comportaban como perros rabiosos.

lunes, 19 de agosto de 2013

Los lobos

Calor y aullidos. Aquellas dos palabras les costaban muchas horas de sueño todas las noches a nuestros amigos. Sin solución de continuidad la primavera había dado paso a un calor sofocante, probablemente más de lo razonable para aquella época del año.
Cuando acampaban después de una agotadora jornada por aquellos caminos, la expedición corría hacia cualquier riachuelo cercano para poder darse un chapuzón y acostarse aún húmedos, que era la única manera de caer en los brazos de Morfeo antes de que sudor hiciese inviable el descanso. Por su parte los lobos, que no entendían de calores adelantados, se encontraban revolucionados por su época de celo. Las manadas recorrían los campos enloquecidos tanto por sus hormonas, como por la cantidad de crías que poblaban los bosques y que eran una presa fácil para ellos. La única solución para mantener alejadas a aquellas fieras era dormir junto a un fuego, pero con aquel calor, no se sabía si era peor el remedio que la enfermedad.

La despedida de María

La subida a aquella cordillera les había dejado exhaustos. No sólo la dificultad del terreno, con interminables subidas, si no una climatología muy cambiante que había hecho mella en la salud de los mayores del grupo. María era una de ellos. Desde que consiguieron llegar a lo más alto y comenzar la bajada no había vuelto a ser la misma. Se le notaba con dificultades para respirar, había perdido su característico buen humor y prácticamente se arrastraba por el camino.

Gogo estaba bastante preocupado, así que se acercó a ella para interesarse por su salud.
-No me encuentro bien. Creo que mi corazón ha dicho basta y que mi final está muy cerca. Me da pena no llegar al final de nuestro camino, pero el día de hoy será el último que os acompañe. Mañana con el alba me daré la vuelta y volveré a la montaña porque ella me ha robado mis últimos alientos, así que volveré a pasar los días que me quedan allí.

No se notaba ni pizca de pena o de autocomplacencia en sus palabras, solamente una sorprendente serenidad que a Gogo le inquietaba. Probablemente fuera por su pasado militar, en el que uno jamás deja atrás a un compañero herido, o quizás porque a él no le gustaría pasar sólo sus últimos días, pero la cara de María denotaba que había tomado aquella decisión y que nadie se la haría cambiar.
Cuando llegó la noche acamparon en un llano junto al camino y mientras que algunos preparaban el fuego y otros levantaban chamizos  a modo de tiendas de campaña, Gogo se fue acercando a los distintos grupos que formaban aquella sociedad en miniatura que eran sus acompañantes para contarles las intenciones de María.

domingo, 18 de agosto de 2013

Los sentidos



Después de un par de semanas caminando con sus nuevos amigos, Gogo ya era uno más de aquel grupo. Desde por la mañana al levantarse siempre había alguien a quien acercarse para aprender cosas nuevas. Incluso ya tenía su propio entorno íntimo dentro del grupo de peregrinos, Lucía, una hermosa joven con ensortijado pelo moreno y unos maravillosos ojos azules, casi blancos, de un color tan particular que su dueña había tenido que pagar el peaje de que no le fueran útiles. Era ciega desde un momento en su infancia que no acertaba a recordar. Junto a ella, Dimas, un niño de nueve años, moreno como un tizón, al que encontraron mendigando por el camino y que, desde que conoció a Lucía, se convirtió en una suerte de lazarillo de la muchacha.

Junto a ellos dos pasaba la mayoría de la jornada caminando, se sentía bien a su lado. Precisamente por eso, porque ambos, Lucía y Dimas, tenían una manera muy particular de ver el mundo. Sí, de verlo, porque Lucía, a pesar de su ceguera, era capaz de disfrutar del paisaje tanto a más que los compañeros de viaje que sí podían utilizar la vista. Por su parte, Dimas aportaba la frescura y la inocencia de un niño, esa manera de ver las cosas y la gente de una manera limpia, sin ningún tipo de prejuicios. Gogo disfrutaba mucho de los momentos con ellos. Él comentaba las cosas que se iban encontrando por el camino, haciendo las veces de ojos de sus dos acompañantes, tanto por la ceguera de Lucía como por la juventud de Dimas.

sábado, 17 de agosto de 2013

El camino



Hacía ya ocho horas que deambulaba por el bosque y más de tres en las que tenía la sensación de que estaba andando en círculos. Gogo no se daba cuenta de que tenía ampollas en los pies y que éstas estaban sangrándole. Sentía que algo le dolía, pero no era precisamente aquello. Cuando decidió abandonar a Didi nunca pensó que, en menos de medio día, le iba a estar echando de menos tanto. A fin de cuentas habían sido muchos años, aunque sin hacer gran cosa, sí sintiéndose acompañado por su amigo. En cambio ahora estaba en medio de un bosque, perdido, aturdido por ese vértigo que da lo desconocido.
Estaba a punto de sentarse para reflexionar si lo mejor era dar la vuelta y volver a la seguridad de su árbol cuando escuchó el sonido de unas voces detrás de un matorral. Con miedo de encontrarse con unos bandidos se asomó sigiloso a través de la espesura y pudo ver como se acercaba aquel grupo de peregrinos al que quería incorporarse para recorrer el mundo. Dio un salto y se colocó en medio del camino pidiéndoles que se parasen.
Aquel grupo estaba compuesto por varias familias, además de algunos caminantes que se habían unido a la expedición. Un grupo heterogéneo que para Gogo significaba un completo mundo que descubrir, y aquello le ilusionaba, muchísimo.

viernes, 16 de agosto de 2013

Vivir



Aún era de noche en el árbol donde Didi y Gogo esperaban a Godot. Habían olvidado la cantidad de tiempo que llevaban aguardando a aquel que debería llegar para proporcionarles una vida mejor. Habían pasado por un duro invierno en el que las nevadas les habían hecho pensar que no sobrevivirían. Demasiadas noches de frío, oscuridad y desesperanza. Pero los inviernos nunca son para siempre, la primavera llegó y aquellas noches eran cada vez más claras y templadas, la vida renacía alrededor de su árbol y parecía que no se vivía tan mal en aquella esquina del bosque.