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domingo, 10 de noviembre de 2013

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Despedido



Nunca había pensado de si mismo que pudiera ser un fake. De hecho siempre pensó que era un fraude, pero nunca un fake, una falsificación. Para ser una falsificación era necesario que hubiera un original merecedor de ser copiado y Frank, nuestro caminante de hoy, no lo era.

Había nacido publicista, ya desde pequeño era capaz de llevarse a su madre al huerto cada vez que hacía una de sus trastadas, pero sus ocurrentes excusas no forjaban su espíritu, en cambio, las constantes patrañas que ideaba para librarse de las consecuencias de sus actos sí que lo marcaron como un hierro al rojo. Pero no lo podía reprimir, siempre tenía una frase ingeniosa para cada situación, un punto de vista mercantilista de todo lo que ocurría a su lado, desde cómo llenar el campo de fútbol en los partidos del colegio hasta como venderles a sus padres unas malas notas. Su máxima era “si la verdad no te gusta te la decoro a tu gusto”.

Todo sucedió de una manera progresiva, de hecho nunca se paró a pensar en cuál era su vocación o que quería hacer de su futuro. Él mismo de dedico a diseñar y amueblar su vida al gusto de los demás. Unos estudios mediocres disfrazados de genialidades extracurriculares, unas relaciones sentimentales basadas en la apariencia, incluso amistades interesadas que no llenaban su vacío interior. A fin de cuentas su mejor cliente, él mismo, tenía claro que su misión no era sacar el mejor partido de sus virtudes, ya que dudaba tener alguna, si no crear un parapeto entre el mundo y aquella voz que le machacaba en sus momentos de soledad.

Maldita voz, cada día iba comiéndose más y más su cerebro y lo enfrentaba a su realidad. Era un hombre hueco, vacío, no era ni tan siquiera eso, un ser humano. Era un atrezo de una obra barata, puro cartón piedra al servicio de una mentira que era su propia vida.

Pero todo cambió un día, a la vuelta de un viaje por el extranjero, dormitaba en el avión mientras escuchaba la conversación que dos jóvenes ejecutivas mantenían en el asiento delante del suyo, “Me han dicho que van a despedir a Frank Delaware, creo que su empresa tiene previsto sustituirle por un jefe de equipo más joven de la costa este” contaba una de ellas también desconocedora de que, al oír su nombre, Frank las escuchaba con atención. La otra joven asintió como si la noticia no le pillase de sorpresa. ¡Cómo podía ser aquello! Él, que había renunciado a su propia vida y a su propia personalidad para crear aquel personaje que tanto dinero había hecho ganar a su firma, iba a ser despedido, ¡Y encima lo sabía todo el mundo!

Sin pensarlo demasiado se escabulló entre el resto de los pasajeros para que aquellas dos mujeres no le reconocieran y se fue directo a la sede de su empresa. Al bajar del taxi aquel edificio de cristal le parecía más frío e impersonal que nunca. Una sensación gélida  le recorrió la espalda como si de un mal augurio se tratase. Por primera vez en muchos años, aquel parapeto que había forjado para defender su mediocridad se tambaleaba. Subió a la planta veintidós donde se reconfortó al ver su nombre en la puerta del despacho junto con la placa que indicaba que era el Vicepresidente Comercial y de Marketing. Aliviado se sentó en un sillón y dio media vuelta para observar por la ventana aquella tarde fría y lluviosa. Toda aquella gente que hacía unos minutos se había cruzado por la calle parecía desde su atalaya un ejército de hormigas que acompasaban su caminar con cierto sentido rítmico. 

Aquel pequeño momento de paz ser truncó con el sordo pitido del intercomunicador. Jane, su asistente, que indicaba que el presidente de la corporación le esperaba en la planta veinticinco. Con una sensación que creyó parecida a la que los cerdos camino del matadero, Frank tomó el ascensor presidencial camino de la planta noble. 

Hasta aquel día no se había percatado del olor a rancio de aquella planta. A diferencia del resto del edificio, mezcla de metal y cristal, la planta veinticinco era como dar un salto en el tiempo hasta siglo XIX. Robustas puertas de maderas nobles daban paso a amplias salas de reuniones llenas de libros antiguos que jamás había leído nadie. Frank lo sabía bien porque él mismo se encargó de comprar aquellos ejemplares a un anticuario que le había hecho un buen precio porque, a pesar de tener las tapas en perfecto estado, tenían las hojas ilegibles por el paso del tiempo y la falta de cuidados. A fin de cuentas, aquellas estanterías eran como él mismo, una solución para aparentar lo que no se es.

Al llegar el presidente Frank ya se sabía vencido. Había presenciado aquella escena muchas veces, pero ésa le tocaba a él ser el protagonista. Sobre la impersonal conversación con la que pusieron fin a tantos años de relación laboral Frank no fue capaz de recordar nada desde el momento en el que tomó el ascensor camino de la calle. Ya le habían preparado sus pertenencias y el sustancioso cheque con el que la compañía que le acababa de despedir le pagaba la confidencialidad que le exigían durante los siguientes meses.

En ningún momento se planteó parar en la planta veintidós para despedirse de su equipo. Sabía que ninguno de ellos le iba a echar de menos, además, seguramente ya estarían enzarzados en ponerse zancadillas para quedar bien delante del próximo jefe. Él ya era historia para todos ellos, peor aún, era una especie de apestado al que nadie se quería acercar, en cuestión de minutos se había convertido en aquello de lo que llevaba tanto huyendo, un perdedor.

No era capaz de recordar cuánto tiempo pasó en la cama sin hablar con nadie. Ni tenía nada que contar ni nadie a quien contárselo. Se sentía un periódico del día anterior, que todo el mundo se pelea por él mientras es útil pero que todo el mundo desprecia cuando pasa su momento. Deleznable, a fin de cuentas.

Una mañana cogió una mochila y metió en ella ropa para unos días, bajo a la calle y dudó si coger un taxi o el metro pero, como no sabía dónde quería ir ni por qué, comenzó a andar. Era la primera vez que hacía aquello. Caminar sin ningún rumbo ni prisa, intentando descubrir lo que el mundo le estaba ofreciendo y que él llevaba tanto tiempo perdiéndose. Encendió su ipod, puso el modo aleatorio y sonrió cuando aquella canción de Dire Straits comenzó a sonar:

A long time ago
came a man on a track
walking thirty miles with a pack on his back
and he put down his load where he thought it was the best
made a home in the wilderness…

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