Hacía ya ocho horas que deambulaba por el bosque y más de
tres en las que tenía la sensación de que estaba andando en círculos. Gogo no
se daba cuenta de que tenía ampollas en los pies y que éstas estaban sangrándole.
Sentía que algo le dolía, pero no era precisamente aquello. Cuando decidió abandonar
a Didi nunca pensó que, en menos de medio día, le iba a estar echando de menos
tanto. A fin de cuentas habían sido muchos años, aunque sin hacer gran cosa, sí
sintiéndose acompañado por su amigo. En cambio ahora estaba en medio de un
bosque, perdido, aturdido por ese vértigo que da lo desconocido.
Estaba a punto de sentarse para reflexionar si lo mejor era
dar la vuelta y volver a la seguridad de su árbol cuando escuchó el sonido de
unas voces detrás de un matorral. Con miedo de encontrarse con unos bandidos se
asomó sigiloso a través de la espesura y pudo ver como se acercaba aquel grupo de
peregrinos al que quería incorporarse para recorrer el mundo. Dio un salto y se
colocó en medio del camino pidiéndoles que se parasen.
Aquel grupo estaba compuesto por varias familias, además de
algunos caminantes que se habían unido a la expedición. Un grupo heterogéneo que
para Gogo significaba un completo mundo que descubrir, y aquello le ilusionaba,
muchísimo.
Se acercó a uno de los caminantes con la mejor de sus
sonrisas y le pidió incorporarse a la expedición. El extraño le dijo que no
solían aceptar a nadie sin haberlo conocido previamente así que, atendiendo a
su seña, el resto de los peregrinos se apartaron del camino en un claro y se
dispusieron en un círculo alrededor de Gogo. Por primera vez en mucho tiempo
Gogo se sintió evaluado, y no era para menos, veinte personas querían conocer todo
sobre él para decidir si era digno de acompañarles.
Las siguientes horas fueron muy intensas, Gogo desnudó su
alma contándoles quién era, que había hecho en su vida y por qué quería
pertenecer a aquella expedición. Cuando ya todo parecía claro y nuestro
protagonista creía que la decisión estaba clara, uno de los caminantes
preguntó:
-¿Por qué has estado tanto
tiempo sentado junto a un árbol esperando al tal Godot? ¿No tenías inquietudes
por disfrutar del mundo? ¿No crees que has perdido el tiempo?
Gogo no esperaba aquella interpelación, de hecho, se sintió atacado, pero era una pregunta que él mismo se había hecho muchas
veces y, por suerte, hacía unas semanas que conocía la respuesta:
- No amigos, no he perdido el
tiempo, cuando acabó la guerra encontré a un desconocido, mi amigo Didi, y
decidimos hacer caso a algunos compañeros de batallas que nos decían que Godot
era un gran líder que nos iba a guiar hacia una vida mejor. Y no lo hizo, de
hecho estuvimos muchos años esperando su llegada. Pero no considero que haya
perdido el tiempo. Durante este tiempo he aprendido a mirar dentro de mí, a disfrutar
de la compañía de mi amigo y de todo aquel que se ha querido sentar a nuestro
lado a compartir su tiempo y su sabiduría. Pero lo más importante es que he descubierto
que quiero caminar hasta más allá del horizonte, compartir con la gente todo
aquello que hay dentro de mí. Quizás Godot no llegó, pero descubrí que ese líder
que me debía de guiar está dentro de mí, y que no necesitaba a ningún extraño
ni ninguna excusa para conocer mundo.
En aquel momento Gogo no tenía claro si aquellos peregrinos
le iban a dejar acompañarles, pero en aquel momento ya lo tenía claro, si no
iban a ser estos caminantes, serían los siguientes, y si no , otros. El iba a
emprender el camino y seguro que algún grupo le querría a su lado. Por primera
vez en años sentía un pellizco en la boca del estomago distinto a aquel que no
le había dejado dormir durante tantas noches. Intentó descubrir que significaba
aquella sensación y descubrió que no era otra cosa que confianza en si mismo.
Cuando estaba ya incorporándose para continuar la marcha en solitario,
una mujer mayor, con las arrugas en la frente que proporciona la experiencia y
la cantidad de vida vivida, alzó su mano y se la tendió a nuestro protagonista.
En aquel momento Gogo descubrió que no iba a caminar en solitario, que tenía
una nueva familia.
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