Después de un par de semanas
caminando con sus nuevos amigos, Gogo ya era uno más de aquel grupo. Desde por
la mañana al levantarse siempre había alguien a quien acercarse para aprender
cosas nuevas. Incluso ya tenía su propio entorno íntimo dentro del grupo de
peregrinos, Lucía, una hermosa joven con ensortijado pelo moreno y unos
maravillosos ojos azules, casi blancos, de un color tan particular que su dueña
había tenido que pagar el peaje de que no le fueran útiles. Era ciega desde un
momento en su infancia que no acertaba a recordar. Junto a ella, Dimas, un niño
de nueve años, moreno como un tizón, al que encontraron mendigando por el
camino y que, desde que conoció a Lucía, se convirtió en una suerte de lazarillo
de la muchacha.
Junto a ellos dos pasaba la
mayoría de la jornada caminando, se sentía bien a su lado. Precisamente por
eso, porque ambos, Lucía y Dimas, tenían una manera muy particular de ver el
mundo. Sí, de verlo, porque Lucía, a pesar de su ceguera, era capaz de
disfrutar del paisaje tanto a más que los compañeros de viaje que sí podían
utilizar la vista. Por su parte, Dimas aportaba la frescura y la inocencia de
un niño, esa manera de ver las cosas y la gente de una manera limpia, sin
ningún tipo de prejuicios. Gogo disfrutaba mucho de los momentos con ellos. Él
comentaba las cosas que se iban encontrando por el camino, haciendo las veces
de ojos de sus dos acompañantes, tanto por la ceguera de Lucía como por la
juventud de Dimas.
Aquella mañana Gogo les había
propuesto un juego, él les ofrecería lo que sus ojos y su experiencia les podía
contar sobre los parajes que iban recorriendo y, por su parte, Lucía les
explicaría como sentía ella que eran aquellos lugares.
El primer paisaje era la
llanura por la que llevaban más de dos días deambulando así que comenzó a
explicar:
- Hoy es el
tercer día que llevamos andado por esta meseta. La verdad es que no hay mucho
que contar sobre ella. Kilómetros y kilómetros de vegetación baja y matorrales
con una sierra al fondo en cuyos picos se puede llegar a descubrir un poco de
nieve en sus cumbres. Ni fauna, ni flores ni prácticamente nada que merezca la
pena que os cuente.
En aquel momento Lucía le
interrumpió:
- No sigas
Gogo, creo que no soy la única ciega entre nosotros tres. Te voy a proponer que
por un rato veas a través de mis sentidos, así que cierra los ojos y concéntrate.
Gogo, sorprendido, decidió
hacerle caso, pero, justo antes de cerrarlos comprobó que en la cara de Dimas
se dibujaba una sonrisa. Él debía haber jugado ya a ese juego.
- No te culpo
de que no seas capaz de ver más allá de lo que tus ojos te dicen -dijo Lucía- yo,
por ejemplo, puedo disfrutar de unas vistas distintas a las tuyas. Desde hace
más de una semana llevamos caminando junto a campos llenos de lavanda, que junto
con las lluvias de las últimas semanas dan una sensación de frescura que no
recuerdo desde la última primavera. Además, hoy, a nuestra derecha, hay un par
de parcelas llenas de matas romero que, movidas por el viento, me recuerdan a
los guisos que hacía mi abuela. Oigo, allá a lo lejos, un par de madrigueras de
conejos, que por la época del año en la que estamos deben de estar criando, así
que seguro que estamos rodeados de pequeños gazapillos correteando
ocultos entre la maleza. Además está el viento. A pesar de que a lo lejos haya
cumbres aún nevadas, se nota que caminamos hacia el sur porque, dependiendo de
si sopla de frente o de costado, la diferencia de temperatura es notable. Los
patos llevan sobrevolándonos unos días, así que en el sur debe hacer ya
demasiado calor y se trasladan al norte para criar.
Con cada una de las frases de
Lucía nuestro protagonista iba levantando más y más las cejas, tanto que no pudo
esperar a que terminase su relato y abrió los ojos para comprobar que todas
aquellas cosas que Lucía les había contado eran verdad. Había una realidad que
él no era capaz de descubrir a pesar de que le funcionaban todos sus sentidos. Comprendió que existía una realidad más allá de la que su vista le
mostraba, que a nuestro alrededor había una gran cantidad de información, no solamente
útil, si no también maravillosa, que convertía un erial en un vergel lleno de
vida. Quizás por pereza o porque los ojos nos ocultan las sensaciones que los
otros sentidos nos muestran, Gogo llevaba toda su vida ciego en su alma y su
mente, perdiéndose casi toda la información que la vida le ponía delante de sus
narices, y todo por no ser capaz de ver más allá de lo que sus ojos le
mostraban.
Hoy había aprendido una lección
muy importante, no por saber más que alguien sobre algo, o por disponer de más
información que alguien sobre una materia, eres más sabio. La sabiduría se
encuentra en tomar prestado todo aquello que los demás nos brindan, a mantener
todos nuestros sentidos bien abiertos y a juntar toda aquella sabiduría en una
opinión que nunca debe ser absoluta.
Así que sonrío, le dio un beso en la
mejilla a Lucía que ella le correspondió tomándoles la mano a Dimas y a él y
continuaron paseando, ahora sí, disfrutando del entorno.
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