Suscríbete Esperando a... Godot?: Los sentidos

domingo, 18 de agosto de 2013

imprimir entrada
Los sentidos



Después de un par de semanas caminando con sus nuevos amigos, Gogo ya era uno más de aquel grupo. Desde por la mañana al levantarse siempre había alguien a quien acercarse para aprender cosas nuevas. Incluso ya tenía su propio entorno íntimo dentro del grupo de peregrinos, Lucía, una hermosa joven con ensortijado pelo moreno y unos maravillosos ojos azules, casi blancos, de un color tan particular que su dueña había tenido que pagar el peaje de que no le fueran útiles. Era ciega desde un momento en su infancia que no acertaba a recordar. Junto a ella, Dimas, un niño de nueve años, moreno como un tizón, al que encontraron mendigando por el camino y que, desde que conoció a Lucía, se convirtió en una suerte de lazarillo de la muchacha.

Junto a ellos dos pasaba la mayoría de la jornada caminando, se sentía bien a su lado. Precisamente por eso, porque ambos, Lucía y Dimas, tenían una manera muy particular de ver el mundo. Sí, de verlo, porque Lucía, a pesar de su ceguera, era capaz de disfrutar del paisaje tanto a más que los compañeros de viaje que sí podían utilizar la vista. Por su parte, Dimas aportaba la frescura y la inocencia de un niño, esa manera de ver las cosas y la gente de una manera limpia, sin ningún tipo de prejuicios. Gogo disfrutaba mucho de los momentos con ellos. Él comentaba las cosas que se iban encontrando por el camino, haciendo las veces de ojos de sus dos acompañantes, tanto por la ceguera de Lucía como por la juventud de Dimas.

Aquella mañana Gogo les había propuesto un juego, él les ofrecería lo que sus ojos y su experiencia les podía contar sobre los parajes que iban recorriendo y, por su parte, Lucía les explicaría como sentía ella que eran aquellos lugares.

El primer paisaje era la llanura por la que llevaban más de dos días deambulando así que comenzó a explicar:
- Hoy es el tercer día que llevamos andado por esta meseta. La verdad es que no hay mucho que contar sobre ella. Kilómetros y kilómetros de vegetación baja y matorrales con una sierra al fondo en cuyos picos se puede llegar a descubrir un poco de nieve en sus cumbres. Ni fauna, ni flores ni prácticamente nada que merezca la pena que os cuente.

En aquel momento Lucía le interrumpió:
- No sigas Gogo, creo que no soy la única ciega entre nosotros tres. Te voy a proponer que por un rato veas a través de mis sentidos, así que cierra los ojos y concéntrate.

Gogo, sorprendido, decidió hacerle caso, pero, justo antes de cerrarlos comprobó que en la cara de Dimas se dibujaba una sonrisa. Él debía haber jugado ya a ese juego.
- No te culpo de que no seas capaz de ver más allá de lo que tus ojos te dicen -dijo Lucía- yo, por ejemplo, puedo disfrutar de unas vistas distintas a las tuyas. Desde hace más de una semana llevamos caminando junto a campos llenos de lavanda, que junto con las lluvias de las últimas semanas dan una sensación de frescura que no recuerdo desde la última primavera. Además, hoy, a nuestra derecha, hay un par de parcelas llenas de matas romero que, movidas por el viento, me recuerdan a los guisos que hacía mi abuela. Oigo, allá a lo lejos, un par de madrigueras de conejos, que por la época del año en la que estamos deben de estar criando, así que seguro que estamos rodeados de pequeños gazapillos correteando ocultos entre la maleza. Además está el viento. A pesar de que a lo lejos haya cumbres aún nevadas, se nota que caminamos hacia el sur porque, dependiendo de si sopla de frente o de costado, la diferencia de temperatura es notable. Los patos llevan sobrevolándonos unos días, así que en el sur debe hacer ya demasiado calor y se trasladan al norte para criar.

Con cada una de las frases de Lucía nuestro protagonista iba levantando más y más las cejas, tanto que no pudo esperar a que terminase su relato y abrió los ojos para comprobar que todas aquellas cosas que Lucía les había contado eran verdad. Había una realidad que él no era capaz de descubrir a pesar de que le funcionaban todos sus sentidos. Comprendió que existía una realidad más allá de la que su vista le mostraba, que a nuestro alrededor había una gran cantidad de información, no solamente útil, si no también maravillosa, que convertía un erial en un vergel lleno de vida. Quizás por pereza o porque los ojos nos ocultan las sensaciones que los otros sentidos nos muestran, Gogo llevaba toda su vida ciego en su alma y su mente, perdiéndose casi toda la información que la vida le ponía delante de sus narices, y todo por no ser capaz de ver más allá de lo que sus ojos le mostraban.

Hoy había aprendido una lección muy importante, no por saber más que alguien sobre algo, o por disponer de más información que alguien sobre una materia, eres más sabio. La sabiduría se encuentra en tomar prestado todo aquello que los demás nos brindan, a mantener todos nuestros sentidos bien abiertos y a juntar toda aquella sabiduría en una opinión que nunca debe ser absoluta. 

Así que sonrío, le dio un beso en la mejilla a Lucía que ella le correspondió tomándoles la mano a Dimas y a él y continuaron paseando, ahora sí, disfrutando del entorno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario